El secuestro de carbono, la reducción de la escorrentía y la erosión y el aumento de la biodiversidad son algunas de sus ventajas.
La agricultura continúa siendo una actividad esencial para nuestra economía y nuestra persistencia como especie. Aunque denostada por muchos y capeando con las dificultades que traen consigo fenómenos como la sequía, más de 1.200.000 personas se dedican a este sector según la Encuesta de Población Activa del primer trimestre de 2023.
Por este motivo, los agricultores han de buscar formas de reinventarse, sobre todo por el hecho de que el 14,6 % del territorio español está en emergencia por escasez de agua y el 27,4 % en alerta, según los datos aportados por el Informe sobre la Gestión de la Sequía en 2023 presentado recientemente por el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (Miteco) y el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación (MAPA).
La reserva hídrica española, además, se encuentra al 37 %, con 20.734 hm3 acumulados en los embalses. Una situación delicada que repercute directamente en la agricultura y la ganadería, siendo los cultivos extensivos y los pastos los sectores más perjudicados. Y para muestra, un botón: la producción de cebada se ha reducido en un 39 %, la de trigo blando en un 36 % y la superficie de maíz un 20 %. Además, se estima una reducción en torno a un 40 % en la producción de cereales de otoño-invierno con respecto a la campaña de 2022.
Ahorro de 242 millones al año
De igual manera, la sequía afecta a los cultivos hortícolas al provocar una disminución de la superficie sembrada muy significativa, como ha ocurrido con el tomate de industria en Andalucía, del que se han sembrado apenas 1.700 hectáreas, cuando lo habitual es alrededor de 6.600 hectáreas.
¿La consecuencia de todo esto? Un considerable aumento de los precios de venta al público que paga el consumidor, como ya hemos visto en el caso del aceite de oliva, que en las últimas semanas ascendía a unas cifras desorbitadas que duplicaban las de hace dos años.
Por todo lo anterior, gana terreno la opción de cambiar a una agricultura de conservación del suelo que, según define la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, consiste en una serie de técnicas que tienen como objetivo fundamental conservar, mejorar y hacer un uso más eficiente de los recursos naturales mediante un manejo integrado del suelo, agua, agentes biológicos e insumos externos.
Esto será, según relatan desde la startup eAgronom, más rentable para los agricultores, puesto que gracias a una correcta captación de carbono les permite obtener pagos a través de los créditos de carbono.
Se trata de una oportunidad, además, de reducir los gases de efecto invernadero: «Si bien la agricultura es una de las principales fuentes de emisiones globales, también representa una oportunidad para eliminar el CO₂ de la atmósfera», asegura Ignacio Sanz, de eAgronom España. «Los suelos constituyen el sumidero de carbono más grande fuera de los océanos y tienen el potencial de secuestrar más de mil millones de toneladas adicionales de carbono al año, según los científicos».
Para ello, Sanz explica que se requiere la adopción a gran escala de prácticas agrícolas regenerativas, algo que no se suele llevar a cabo debido a las limitaciones financieras, que siguen siendo barreras clave para muchos agricultores. Entre las ventajas de la aplicación de estas técnicas se encuentran beneficios para los suelos cultivados, entre ellos el secuestro de carbono, la reducción de la escorrentía y la erosión y el aumento de la biodiversidad, según se recoge en el estudio ‘La Agricultura de Conservación y las herramientas para su puesta en práctica en el contexto del Pacto Verde Europeo’ publicado por la consultora PwC.
Algo que se consigue mediante una actividad agraria basada en la no alteración del suelo mediante acciones de laboreo, el mantenimiento de una cubierta vegetal permanente en la superficie y la rotación y/o diversificación de cultivos. Todo ello repercutiría, según explican, de forma positiva en el agricultor gracias al ahorro energético, de tiempo y la mejora en la rentabilidad de las explotaciones.
Principales Prácticas
Tal y como explican desde la Asociación Española Agricultura de Conservación Suelos Vivos (AEAC.SV), las prácticas más representativas de la agricultura de conservación son la siembra directa en cultivos herbáceos y las cubiertas vegetales en cultivos leñosos.
Resaltan que la siembra directa constituye la mejor opción para lograr un elevado grado de conservación en cultivos anuales, en la que la supresión de las labores mecánicas sobre el suelo es total. Por su parte, las cubiertas vegetales proveen de protección a la superficie de suelo entre las hileras de los árboles ante la erosión hídrica generada por el impacto directo de las gotas de lluvia.
Ahorro de 242 millones al año
En 2021, la Agricultura de Conservación contaba en España con una superficie de 2,1 millones de hectáreas, lo que representaba en ese momento un 15 % del total de tierra de cultivo nacional. Desde el año 2008, la superficie dedicada a agricultura de conservación ha crecido en nuestro país a un ritmo medio anual del 4,3 %, alcanzando tasas de crecimiento de hasta el 16,7 % en 2010. Esta práctica logra retener, según los cálculos, 9,7 millones de toneladas más de CO₂ de forma anual respecto a la agricultura con técnicas convencionales, lo que representa un ahorro de 242 millones de euros cada año en términos monetarios. De forma adicional, y por el menor uso de combustible, la esta práctica evita 136 mil toneladas de CO₂ cada año en relación a la agricultura convencional, lo que representa un ahorro anual de tres millones de euros.
Fuente: www.eldebate.com